Para Maquiavelo, el covid-19 sería parte de la “Fortuna” de nuestro tiempo. Esto es, aquella circunstancia no elegida que nos han tocado en suerte, como contexto y condicionante de nuestras decisiones y vidas, “arbitra de la mitad de nuestras acciones”. El covid-19 es “uno de esos ríos impetuosos que cuando se enfurecen inundan las llanuras, destrozan árboles y edificios;… todos le huyen, todos ceden a su furia sin poder oponerle resistencia alguna”. Sin embargo, no todo es “Fortuna”. También está la “otra mitad” de nuestras acciones.

Para Maquiavelo, “la Fortuna” demuestra su fuerza “allí donde no hay una Virtud preparada capaz de resistírsele. Y dirige sus ímpetus hacia donde sabe que no se han hecho ni márgenes ni diques que puedan contenerla”. Porque de esto se trata la “Virtud”: de la capacidad, “en tiempos de bonanza, de tomar precauciones, con diques o con márgenes, para que las crecidas posteriores sigan por un canal predeterminado o para su ímpetu no fuera tan desenfrenando ni tan peligroso” Los líderes internacionales nos han dado muestra de variada “Virtud” en estos tiempos.

Los Trump, los Bolsonaro, los Johnson, parecen haber cedido a algún tipo de entendimiento por el que no cabía inmediata reacción al “río impetuoso”. Para ellos, por mala información o sencillamente concepción diferentes de las cosas, han desconsiderado la magnitud del fenómeno, o preferido el “aplauso” de corto plazo, o cedido a la simplificación del razonamiento. Otros, en cambio, han preferido escuchar las voces de la ciencia y sus expertos; tomar decisiones inmediatamente desagradables en pos de un beneficio social y mayor futuro; complejizar las decisiones y las estrategias posibles. Los primeros son impredecibles; los segundos no lo son. ¿Que determina la “Virtud” –maquiavélicamente entendida- previa de estos gobernantes? ¿Hay algo por lo que podamos saber y anticipar si reaccionaran de algún modo u otro a la intempestiva y dramática aparición de la Fortuna? La distinción entre “virtuosos” y los que no lo son parece no responder a los paradigmas de gobiernos autoritarios o gobiernos democráticos.

Ambos tipos de regímenes han producido en este tiempo gobernantes con las dos características. ¿O será más adecuada la vieja distinción aristotélica entre formas de gobiernos inspiradas por el interés publico o el interés particular? ¿O será que sencillamente, además del covid-19, algunas sociedades deben lamentar la mala “Fortuna” de gobernantes no virtuosos, y otros sencillamente agradecer lo contrario? Pero no solo nuestros gobernantes pueden ser “virtuosos” frente a la Fortuna.

En realidad, nuestros estados –que permanecen a los gobiernos de turno-- son quienes construyen en el tiempo los verdaderos “diques” que pueden contener la eventual “Fortuna”. ¿Podríamos clasificar los estados como más “virtuosos” o no, de acuerdo a sus capacidades materiales y organizacionales que han desarrollado en el tiempo para prever “los ríos impetuosos”? Parece posible sostener que hay estados ricos y estados pobres, o fuertes o débiles, tanto por medida de su PBI como de sus capacidades de atención a los requerimientos y previsiones de sus servicios esenciales --salud, educación, obras. Sin embargo, aun dentro de tales limites, muchos estados han construido “diques” y “márgenes” inmediatos, a pesar de sus carencias materiales estructurales. Los gobernantes pudieron ser hábiles conductores, a pesar de la estrechez de muchas de sus organizaciones.

De todas maneras, la “Fortuna” hizo más patente muchas de estas debilidades estatales. Aun con gobernantes predecibles, los estados han mostrado dificultades de implementación de las decisiones –desde históricas burocracias lentas e inescrutables hasta severos problemas de coordinación inter e intraestatales. Y cuando la tendencia a cerrarse y protegerse “fronteras adentro” (nacionales, provinciales, municipales), o la búsqueda salvaje de los recursos escasos disponibles se hizo fuerte, entonces, las diferencias entre estados “pobres” y “ricos” terminó dirimiendo los problemas del peor modo: el “darwiniano” triunfo del más “apto”. Que no es otra que la del más poderoso Pero aun si todos los estados pudieran invertir más y mejor para enfrentar las “tormentas” imprevistas y futuras de la mala “Fortuna”, cabe aun una pregunta, de carácter política: ¿cuánto podemos invertir hoy para tal previsión, derivando recursos que dejamos de utilizar inmediatamente, para un futuro que ni sabemos si sucederá, ni mucho menos como sucederá?. ¿Ventiladores para mañana en vez de ayuda social hoy? ¿Y cuantos? ¿Y si el próximo “río impetuoso” no requiere ventiladores sino transfusores de sangre? Y aun si encontráramos un dispositivo financiero de previsión que suple artículos específicos y directos, ¿cuál es la relación entre satisfacción de intereses colectivos de corto y de largo? ¿Y cuan posible es determinar ello en el contexto de tanta incertidumbre?. Y si este dilema le cabe a Alemania o Estados Unidos, ¿cuánto pueden invertir “para el futuro” aquellos países severamente limitados por sus penurias económicas presentes y sus injusticias sociales actuales?

Pero no solo gobernantes y estados pueden ser “virtuosos” o no frente a los “ríos impetuosos”. También las sociedades lo pueden ser. En estos tiempos ellas han mostrado diferenciada capacidad para responder a la Fortuna que les tocó. El distanciamiento social, el espíritu de obediencia, la solidaridad, se han manifestado variados entre sociedades y al interior de cada una de ellas. Sin embargo, a decir verdad, no se ha notado resultados diferentes decisivos acorde a “culturas” o “hábitos” nacionales o de algún otro tipo. Dados sus recursos, los estados han recurrido a estrategias bastante similares en general en todo el mundo. Y países cultural y materialmente diferentes, como pueden ser Corea del Sur, Alemania y Argentina, para decir solo algunos y hasta ahora, han logrado “contener” a sus poblaciones y provocar su “Virtud”. ¿Qué es lo que produce tal conducta favorable finalmente: son los gobernantes y su acción convincente; los estados y sus recursos organizacionales previos; o las mismas sociedades, que sacan de algún lugar de su alforja, disposiciones y conductas ocultas pero presentes? ¿O todo ello, en proporcional medida?

A propósito de esto, algunos analistas y estudiosos se han preguntado estos días porque había tanta gente dispuesta a aceptar decisiones que aparecen arriesgar algunas -mínimas- libertades en estos momentos. ¿No será que cuando la Fortuna nos castiga como ahora, al punto de amenazar el “bien primero” (la vida misma!), estamos todos -sin distinciones de culturas y clases- dispuestos a interrumpir momentáneamente el “goce” de algunas de tales libertades individuales, en pos de aquel otro bien individual -y más aun colectivo- mayor? ¿Será que es razonable postergar algunas de ellas, en ciertos casos, y solo temporariamente, por la vida de todos? ¿Cuántas? ¿Cuáles? ¿O es quizás un modo de preferir el bien colectivo por el personal? ¿O el largo por el corto plazo? Nada de lo antes dicho pretende ser absoluto. Menos permanente.

Si Maquiavelo se planteó una pregunta, fue precisamente como mirar y analizar desde algún lugar el cambiante mundo de la Fortuna y la Virtud -lo imprevisible. Al final, muchas sociedades reaccionaron favorablemente, a las elecciones de sus gobernantes virtuosos. Y la “dupla” entre gobernantes “predecibles” y sociedades “virtuosos” puede, a veces, limitar las consecuencias negativas de estados “insuficientes”. Aun así, un desafío, incierto y perturbador, permanece abierto. ¿Cuál será el impacto de la Fortuna cuando el río impetuoso irrumpa y anegue los barrios de los más vulnerables de nuestras sociedades? ¿Cuál será el devenir de las aguas implacables en aquellos lugares y comunidades para quienes nuestra falta de Virtud -gobernantes, estados y sociedades- no supo construir “márgenes” y diques” de inclusión y equidad? Ojalá la Fortuna nos “disculpe” por esta vez y nos de una oportunidad para, pasada ella, practicar -colectivamente- la Virtud y prevenir sus futuros “infortunios”. Esa Virtud finalmente tan maquiavélica como aristotélica. Ojalá.